"Insoportable, el término de un largo día": Un largo día en loop por Diego Braude

Se entra a la sala y suena tango. Hombre, atril, guitarra. Atrás, una mujer hecha bollito en un puf. Comienza la función. Él la tapa y va a acostarse a un dispositivo que oficia de cama en el fondo – aunque bien podría ser un lecho mortuorio -.

Los primeros minutos que siguen a esto me desconciertan por completo; siento los registros actorales dislocados, las voces y las gestualidades chocando, con un texto que se cierra sobre sí mismo y todo a un alto volumen...
Algo ocurre. Texto y registros ingresan en un ciclo que comienza a mostrar una determinada estructura. No es tanto lo que dicen, sino la forma que todo toma. Los personajes son irritantes, se irritan mutuamente. Son extremos, artificio siempre arriba. Son, como suele ocurrir, una familia disfuncional, una donde el estereotipo se estalla (similar, si se quiere, a “Tragedia argentina”, con la diferencia de que en aquella obra aparecía una clase media de mayor poder adquisitivo que la de este caso – como si hubiera estructuras comunes en ambos casos que no cierran y se caen, produciendo siempre violencia y una absoluta desorientación -).
La forma se repite. Los personajes se mueven por los espacios, reiterando patrones, sólo que la coreografía se percibe en el largo plazo y no en un tiempo parcelado como tema sobre el cual se elabora; la pieza misma es el tema, cuya repetición se adivina fuera del tiempo específico de la representación. Lo que estoy viendo, ya ha ocurrido antes y habrá de ocurrir nuevamente.
Dos padres cuyo amor se ha vuelto pura inercia. Una madre que se multiplica y, en ello, se siente desaparecer.
Personajes sin sueños, que no evolucionan, que no elaboran su propia existenca. No paran de hablar, vomitan las palabras. Para los adultos, sólo hay un atrás, reverso de la caricatura absurda y grotesca que son ahora. Para los jóvenes, apenas un ciclo histérico que no lleva a ningún lado.
Biodrama... introducción explícita de lo biográfico en la escena. Esta es la familia de Romina, la autora, en 1983, y no lo es. Regreso de la democracia, alegría generalizada, éxtasis. O no. Restos, textos, discursos, gastados, rayados, como un disco a punto de quebrarse que no termina de hacerlo. El tango como identidad, el tango como llanto de alguien que nadie escucha, un padre (padre, pater, Ley). El tango, de origen orillero, que muta como melancolía que es realidad de una clase media quebrada y también impostura. Madre descuartizada, extenuada. Dos hijas que quieren irse... y nunca lo hacen... Cuerpos encorvados, pesados, pintados, vestidos, disfrazados, ocultados, protegidos, cerrados... El exceso de representación como presentación.
Personajes fallidos, muñecos exagerados, marionetas de las cuales reír. Marionetas que sufren porque, al final del día, no ven la salida; para ellos no hay final de función.
Personajes que son familia, con sus cariños y desavenencias. No pueden estar separados, no lo toleran; saben, cada vez que se distancian, que esa distancia no habrá de durar. Pero no hay tono conciliador en ese ciclo, que es tan vicioso como el de la sensación de fracaso (simultáneo al recuerdo incrustado de una país potencia, de una ciudad ideal, reforzando el ridículo y la amargura). No pueden estar separados, pero juntos se destruyen, se anulan. ¿Qué solución queda, entonces? ¿Es la muerte la única manera de romper el ciclo?
www.imaginacionatrapada.com.ar26/3/2009

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