Lo cotidiano se vuelve trágico

Comentario crítico de la obra
Insoportable, el término de un largo día
Lo cotidiano se vuelve trágico…

Después de ver “Insoportable…”, uno se pregunta ¿cuántos mecanismos de ficción tiene lo que llamamos vida real? ¿cuántos ritos de los que sostienen la novela familiar están plagados de mecanismos que se parecen mucho a los de la ficción y que contribuyen con el sostenimiento de lo cotidiano?. En definitiva ¿no será que nuestra vida está atravesada por el peso social de las ficciones? ¿cuánto de lo que ocurre en el seno familiar está modelado por comportamientos arquetípicos de personajes de telenovela o de cine familiar de sábados a la tarde de los Carreras, Luis Sandrini o de “Jorge y Alberto” entre otros?

Esto es lo que desnuda Romina Mazzadi Arro a través de este descarnado bio drama. Que se torna más descarnado aún cuando sabemos que se trata de un auto biodrama ya que se asume como un mayor riesgo la exposición de situaciones y de textos recopilados de la vivencia.

La obra se desarrolla en el marco del diario vivir de una familia durante la década del 80. En esta familia nadie parece percibir la existencia de los otros sino en cuanto signifiquen algo para su frustración, para aquello que no han logrado ser en la vida. Personajes que solo se registran en el terreno de reproches que van desde los más cotidianos hasta los más existenciales. Aquí lo cotidiano está lejos de volverse mágico y la tan apreciada comunicación familiar ocupa el espacio del malentendido. Cada personaje tiene una tragedia propia entramada en la tragedia familiar y un lugar en la competencia de quien la ha padecido más.

Una familia tipo, con una madre maestra que traslada a su casa las costumbres escolares, un padre cuya ocupación no está clara pero cuyo pasado acusa una gloria en el mundo del tango y la noche, una hija “rebelde” que huye con un novio en carpa al sur y una hija con rasgos de obsesión que espera ser escuchada, ser tenida en cuenta. Personajes con rasgos definidos a trazo grueso, con reminiscencias de los géneros teatrales nacionales como el sainete o el grotesco y con una fuerte referencia al cine nacional que retrata las vidas familiares argentinas.

Los actores sostienen un registro de maqueta y de exasperación, con una impronta muy personal que devela la forma en las que cada uno asume su lugar en la obra. En este sentido es meritorio el trabajo de dirección que no iguala las características actorales, que no intenta homogeneidad sino que apuesta a lo que cada uno le propone, y sustenta el lenguaje actoral sobre estas interpretaciones particulares.


De allí proviene la fuerte efectividad de esta propuesta en su comunicación con el espectador que no puede dejar de lado la identificación permanente con las situaciones que se plantean de manera absurda y desopilante, encadenadas de tal modo que parecen ser un sinfín in crescendo que sólo se detendrá con la ausencia definitiva (¿la muerte?) de algunos de los eslabones de esta cadena familiar.

La solidez del texto es destacable y corona la continuidad de la directora y dramaturga que alcanza en Insoportable… un resumen interesante de sus procedimientos dramatúrgicos desarrollados desde su primera obra “Como si no pasara nada” (1999) cuyos rasgos escenciales son la réplica veloz, el absurdo de las situaciones, la intertextualidad y la pintura expresionista de personajes al borde de sus propias existencias.

La puesta en escena apela a recrear los diferentes ambientes de la casa familiar mediante la presencia de algunos muebles y objetos distribuidos en el espacio. Una mesa redonda, una cama, un puf, veladores de época, una máquina de escribir y un trapo de piso que hace las veces de puerta de entrada dan vida a los ámbitos cuya separación es no casualmente virtual como si fuera una metáfora del imaginario familiar donde todo es de todos y nada es de nadie. Si bien cada uno tiene su ámbito, la intimidad se ha perdido.

Lo más ingenioso de la puesta está en el tránsito que los actores hacen por la escena respetando en todo momento los pasillos y las paredes invisibles a través de acciones muchas veces mimadas como el momento en que la madre limpia las telarañas o el gesto permanente de limpiarse los pies en el trapo de piso de la entrada cada vez que atraviesan la puerta imaginaria de calle. Todo esto encuentra un resfuerzo a través de la iluminación.

La obra alcanza su momento más intenso en el momento de extrañamiento cuando después de la ausencia del padre la actriz a cargo del rol de la madre, sola en la escena, se saca la peluca y casi tomando para sí el discurso de la directora, pregunta insistemente ¿alguién se está riendo? ¿quién se rié… la puta madre? Luego de lo cual se recuesta en su cama y mientras suena el tango Sur, un haz de luz que concentra por primera vez la mirada del espectador en un detalle, ilumina su cabeza en la almohada y se pierde en la oscuridad del teatro para dejarnos sumidos en la misma pregunta ¿de qué hemos estado riendo durante la obra?.

MARCELO DIAZ .

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